Un día, dos hongos decidieron visitar las tres montañas que separan los cuatro países gobernados por las cinco reinas viudas.




Capítulo 1. Rocío

Si de repente abrieras los ojos

Si de la nada sintieras humedad

Si dejaras de sentir la última sensación de tu cuerpo, en tu cama, debajo de una cobija entre la almohada y el mundo.

Esa sería la sensación exacta de Muriel, la niña que se volvió champiñón.

O casi.

Muriel era una niña tan igual a todas las otras niñas del mundo que no vale la pena describirla. Muriel no tenía ni una linda sonrisa, ni ojos verdes color esmeralda, no poseía una bella voz ni mucho menos pecas debajo de las mejillas. Era simplemente Muriel, y ella estaba muy agradecida de ser así. ¿Quién no lo estaría?

Todo esto debido a que un día, El señor Stevano, padre de Muriel, despertó de una terrible pesadilla, su hija, la niña de un metro cincuenta al otro lado del pasillo sobresalía del montón, era señalada, era comentada, era conocida, era diferente y eso en la familia Stevano era como ser un alguien. Un pensamiento así no cabía en la cabeza de nadie, y en eso se especializaban los Stevano, en ser nadie.

Así como lo leen, o escuchan o como sea, los Stevano eran nadie.

Se han preguntado, sobre esas personas que pasan desapercibidas pero que cumplen alguna función, en este momento no se me viene ninguna a la cabeza si lo hicieran seguramente ya no serían nadie, pero bueno, eso hacían los Stevano.

El señor Stevano se ganaba la vida justa y anónimamente, su sueldo era suficiente para mantenerlo a él, a un gato negro de ojos amarillos un poco viejo, un pez dorado que era reemplazado cada año, tres plantas que compartían una matera de arcilla algo rota por la falta de espacio para las raíces y a su hija Muriel.

Un día, o mas bien aquella noche el Señor Stevano despertó empapado en sudor y luego de empaparse un poco mas la cara con agua del lava manos, fue hasta el cuarto de su querida y poco interesante hija para constatar que todo fue una terrible pesadilla. La observó, la acarició y la despertó con unas palabras en el oído:

“nunca, nunca sobresalgas, nunca seas especial y por siempre te querré”.

La beso suavemente en la cabeza y se regresó a la cama.

Desde ese día Muriel siempre detestó sobresalir, desde ese día todas sus calificaciones fueron aceptables, su ropa era tenue, sus emociones controladas y su carácter automatizado y regulado por la sociedad. No defendía ni condenaba, no lloraba ni reía, simplemente respiraba y “existía”.

Qué vida más regular, ¿no?

Pues esa era la vida de Muriel, una vida tan pero tan estática que haría a cualquier mimo bostezar.

Así era todo hasta que Muriel se mató.

Bueno, no se mató, la mataron.

Bueno no la mataron, quedó en coma.

Bueno, en realidad parece que se quedó dormida.

Bueno, eso es lo que dicen.

El padre de Muriel repite que fue un accidente, que ella solo quería cruzar la calle pero que ese motociclista no la vio, que prudentemente Muriel no gritó ya que no quería llamar la atención y es por eso que esta en una cama del hospital y es por esto que tiene a media ciudad expectante.

Y eso, justamente eso era lo que mas odiaba Muriel.

La peor pesadilla del Señor Stevano se hacía realidad, Muriel era un alguien, y había dejado de quererla.

Y Muriel lo sabía pero no sabía como resolverlo, es así que simplemente decidió despertar y hacer de cuenta que nada había pasado.

Muriel abrió los ojos, vio un hongo y los volvió a cerrar.

Los volvió a abrir y vio a un pequeño champiñon. Éste poseía una carne tierna, ojos pequeños y separados y una voz delicada pero entrecortada. Su pie era blanquecino con pequeñas manchas negras y su sombrero tenía color a… color a champiñón.

Ella no daba crédito a sus ojos, ni tampoco a su boca cuando intentó gritar, ni a su pie cuando se intentó mover, ni a su sombrero cuando se intento acostar, ella se estaba viendo en un espejo, ella era el champiñón. Muriel se había convertido en un champiñón.




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